24 de noviembre de 2008

Presento una confesión

Han pasado seis meses. Prometí escribir una crónica increíble, maravillosa y genial. La propuesta del blog y su presentación entusiasmaron a todos. Dentro de la historia de creación del Blog, yo debo ser el “novio”, aquél a quien el “cazado” ha insistido hasta con ironía para que escriba mis crónicas anacrónicas. Debo decir que la de hoy, que intenta ser la presentación de “viernesnueveitreinta”, es una confesión.

Creo que el tiempo modera la nueva época. Las crónicas pretender ser las narraciones ágiles, breves, divertidas y hasta documentadas. Confieso que los cuatro marineros, socios y cómplices de esta travesía, hemos abandonado el barco de los libros “tortugones”. Muy cerca, hemos encontrado un bote llamado crónicas. Mientras nadábamos juntos contra mi flojera, la resistencia del “cazador” a dejar a Vallejo a Neruda y Béquer, y los incontables salvavidas arrojados por el “cazado” (quien proporcionaba material didáctico importante, además de calatas y chelas), encontramos al soltero de la mano con su primera crónica. Se adelantó y ahora es menester mantener con vida a este “nuestro” hijo.

Es difícil entender el gusto de narrar una historia. Menos entender cómo elegir un tema. Desde la inadvertida mirada de alguien que cierra los ojos y descubre que el color más importantes es el negro; pasando por las atrevidas confesiones del soltero que busca novia y desea ser Renato Cisneros; hasta llegar a las divertidas historias del “cazado”, hombre bien vivido, que ha gozado de sus años, enfrentando a las más temibles fieras legales y ahora se adentra en esta jungla literaria llamada “Tacna”; llegando finalmente a mí, un temeroso digitador o “prestidigitador” que le teme a la hoja en blanco y que tiene novia.

Pretendemos entretener (nos) con el blog. A veces es bueno sacarse las gafas negras y descubrir al Sol iluminando nuestras almas en una historia ajena, cargada de humor, verdad, excesos y de sexo ¿Porqué no? (Por Reddy Lázaro, el novio)

16 de noviembre de 2008

Mi viejo, el amor y su muerte


La Noche de Brujas termina de la mejor manera. Entre besos impúdicos con una “ex gran amor mío”, en medio de un mar de gritos, luces y sudor en la discoteca, de cuerpos, mareas curvas y rectas que tratan de tocarse sin llegar al escándalo. Así termina otro Halloween.

El taxi me deja en casa alucinado por todo ese Remember. Son las 4 am. Ya es sábado y la resaca me durará hasta el medio día. Suena el teléfono. “¿A esta hora? Debes ser tú. Han pasado minutos y ya me extrañas…”

–Aló, buenas noches? –digo con tambaleos y un bostezo, seguro de escuchar la voz de ella.
–Ya. Hola Luis, ¿cómo estás, qué haces? –dice una voz que trata de calmarse.

La reconozco y cuelgo molesto. “¡Ta´mare, el viejo!”. Así comienza tu cumpleaños, papá.

El que mi viejo haya nacido el día de los Santos Difuntos, revela que sus padres le pusieron el nombre guiados por el azar que rige a los días del calendario: Santos. Suerte para mí que no repitiera esa tradición, me llamaría Rosa y juro que viviría en una ermita, a causa de tal nombre, como la santa limeña.

No me puso el nombre pero si una cara igual a la suya. Lo cual me deprime no porque sea feo, sino porque él aún así tuvo mujeres, que según mi madre, se agarraban de los pelos en la calle frente al Banco que él como policía custodiaba. Yo a las justas logro arrancar del recuerdo de alguna, el color de mis ojos.

Te fuiste a zona de conflicto antes de jubilarte. “Terrorismo”, me dijiste a los 15, te creíste un héroe y dejaste a tus hijos. Ahora mi hermano es un dark de pelo largo que dejó la universidad, la otra no consigue trabajo y convive (en nuestra casa) con un perfecto borracho, tu (todavía) esposa, mamá, gusta ahora de misas y en los velorios sólo se queja de la comida, y se va temprano sin regalar una lágrima al difunto. Y yo… pues yo quisiera parecerme a ellos, ser libre, embrutecerme de amor y creer en Dios. Tanto cambió todo.

Esta vez la resaca no me dejó dormir más allá de las 8 am. Con mi madre vamos temprano al cementerio, a buscar a la madrina, nuestro único conocido enterrado en la ciudad, que falleciera en 1980. Era la madrina de mi también fallecida hermana mayor, enterrada en Moquegua. “No te olvides de llamar al viejo, por su cumpliche” me dice la vieja caminando por los Cuarteles llenos de velas y flores. Este día el cementerio general de Tacna es una fiesta, vistosa, mercadera, provinciana y hasta cumbiambera. Los muertos reviven ciertamente: Pueden departir con la familia, escuchar música de algún conjunto “pa´ alegrar al muerto”, pueden tomar cerveza y vino, comer maná y pan, sólo les faltaría, Dios perdone, hacer el amor. Por eso no me sorprendería que la última en retirarse ese día, sea una mujer, tal vez una joven viuda.

Viejo. Nunca te hablé de algún tímido amor infantil, ni de ninguna “amiguita” en especial. Tú nunca me hablaste del amor, ni del sexo. Nunca me diste el más sencillo consejo para aquella “chica especial”, todo lo tuve que averiguar a escondidas o encerrado en una cabina ¡Dios bendiga el Internet! Es más, creo que no me enseñaste nada. Mi hermano me enseñó a pelear (o a recibir golpes), y también a sostener un revólver, tu arma reglamentaria que dejabas luego de almorzar para ver el partido. ¡Dios, no me enseñaste ni a jugar fútbol! No te culpo que nunca me hayas enseñado a montar bicicleta, ni a manejar un carro, no pudiste comprarme una cuando era chico, y tal vez no llegué a tener un auto, ya que no sé ni manejar mi vida. ¡Pero a jugar fútbol! Y ahora que lo recuerdo, aprendí a hacer el nudo de mi corbata viendo una película de “American Pie”, una íntima amiga tuvo que decirme que esa botellita que me diste antes de irte a la Selva se llamaba Colonia. Por su parte, Homero Simpson me dio cátedra sobre los beneficios de una buena afeitada de bigote y barba. Una profesora de religión me enseñó lo que era un condón.

Mamá termina de colocar bien las flores y reza, yo sólo cruzo los brazos, y reparo en un par de niños aguateros que dejan sus baldes, sacan un librito del bolsillo y se ponen a orar en quechua al pie de un montículo de tierra y flores. Creo que saben más de la muerte que muchos de nosotros, pues es la muerte la que los alimenta, es su padre y su madre. Mamá termina, y nos vamos, “tendré que mandarte a cremar, todo está full” le dije en broma a la vieja dejando el cementerio abarrotado. “Tú no te preocupes, ya todo está listo. Me enterrarán con tu papá en el Campo Santo, por ser esposa de un policía” “¿Ya llamaste a tu padre?” El olor de las flores y la cerveza se hace notar al abandonar el cementerio, y me pregunto cuál de todos los hijos del viejo llegará a enterrarlo.

Sé que mi viejo no regresará y morirá lejos allá en la Selva, porque si como me dice la vieja hasta el hartazgo, si es cierto que me parezco un poco a él, estoy seguro que no volverá para que lo veamos ya cansado y hecho un anciano, querrá ser libre en sus últimos días, de seguro anda con otra mujer, o ya la embarazó. Sé que mamá lo sabe muy bien. El viejo aún está fuerte, aún no tiene suficientes canas y sabe ocultar la calvicie, prefiere ver crecer sus campos de arroz y ser capataz, que cuidar las calles, los Bancos, o la Comisaría. Quiere ser padre y no abuelo. Quiere cometer aún errores en las noches con las mujeres y no dar consejos en las tardes aburridas a los nietos.

– Viejo, feliz día. Ya sabes, pórtate bien, eh. –le digo bien entrada la noche.

Nadie responde, pero se escucha música, una cumbia pacharaca, voces acuosas, un “ya, oye” de mujer alegrona, y luego me cuelga, de seguro está ocupado. “El jefe” debe ser celebrado por la comunidad del pueblo de San Pablo, donde algún día llegaré, para enterarme que nunca hubieron resquicios de Terrorismo, pero sí muchos hermanos. (Luis Ángel)