1 de mayo de 2009

Candidato a la presidencia

Veinte años después, mi amigo Carlos no ha cambiado mucho. Tiene el rostro castigado por el sol, la barba crecida y el cabello desordenado. Su caminada, chueca y apurada, es inconfundible. “Loco”, le decíamos en el barrio. Y la vestimenta sucia y la pinta de orate que ahora luce, parecen confirmar que la razón le ha sido más esquiva durante este tiempo.

En plena avenida Venezuela y en medio de la muchedumbre, me detengo para saludarlo. Pero cruza sin dirigirme la mirada. Antes de que se pierda, le digo:

—Hola, Carlos…

No me escucha.

—¡Carlos Torres!, —le grito. Sigue caminando inmutable.

Sorpresivamente, gira sobre sí. Me clava sus ojos. Y viene hacia mí. Ahora, siento su oloroso aliento. En actitud de saludo, me estira la mano. Y sin rodeos dice:

—¡Te invito a la Plaza de Armas! ¡Este domingo!

Quedo confundido, no me reconoce y me invita.

—¿A la Plaza de Armas…? —le pregunto con voz aflautada.
—¡Sí! A la Plaza de Armas, voy a izar la bandera —replica con tono firme.
—¿Y por qué izaras la bandera…?
—Es que soy candidato a la presidencia, pe —contesta con seriedad.

Carlos está más loco que antes, se me ocurre.

—No faltes, pe —agrega cortante. Y se va.

Pobre Carlos, está más viejo y más loco, pienso un vez más. De pronto, se detiene y vuelve sobre sus pasos. Amenazante, se para frente a mí. ¿Ahora qué?

—Edilberto —me dice muy serio—. No faltes. Este domingo, te espero en la plaza de armas.

Acto seguido, se marcha. Antes, me guiña un ojo, y en su rostro se dibuja una sonrisa, una sonrisa socarrona.

12 de abril de 2009

En el cafe internet

Acabo de llegar al Café Internet y una guapa señorita entronada en el computador nº1 me dice “cuánto tiempo quieres”. “Una hora”, respondo a la vez que le alcanzo la plateada moneda. Anota en su cuaderno y sonríe. Y va a su trono. Hay catorce cabinas en total. Siete en un lado, y siete en el otro. Hay dos libres. Escojo la del rincón. Me toca un monitor blanco. Hago conexión. Messenger, luego Google. El lugar está repleto de ruidosos adolescentes atrincherados en los videojuegos on line: Star Craft, Counter, Dota. A mi costado una simpática morena con uniforme escolar teclea emocionada. Abre su Metroflog y chequea sus fotos. Aquí las cabinas son públicas. Basta una mirada hacia atrás o al costado para saber qué hace el esporádico vecino. O para que veas el mostrador que está al fondo, lleno de perfumes y productos del catálogo Ésika, ¿quién quieres ser hoy?

La Internet es una magnética ola en la que muchos nos zambullimos. Niños jugando Mario Bross, estudiantes con importantes tareas, adúlteros adultos viendo pornografía, y la G3 (generación de la tercera edad). Algunos ponen cara de admiración. Saben de las millonadas de dólares que este mercado amasa y genera y mueve. La humanidad y la Internet. Qué simbiosis más alocada. A veces juntos, a veces revueltos. Cables versus venas, cerebros versus discos duros, rostros versus pantallas. Los dedos y el teclado, trac-trac-trac. Gastan ruidosas monedas a cambio de navegar en el mundo de posibilidades que ofrece la Internet. Correo electrónico, páginas web, blog, metroflog. Y es cero costos, como dicen las ofertas de los Supermercados. Radio, televisión, prensa escrita, todo es parte del mixto manjar que ofrece la Internet. Un bocado irrechazable. Adictivo.

Abro mi e-mail. Mensajes de mi promoción (2005) del colegio, saludos de amigos que hace meses no veo, mensajes de solidaridad por la paz mundial en cadena y algún desconocido que dice conocerme. Nada nuevo. Nada interesante. Mientras bostezo, doy revista a los demás cibernautas. Siguen concentrados en el juego, en el Chat. Quizás han nacido para eso, para matrimoniarse junto al teclado. Son las tres y media de la tarde, hace calor, quiero quitarme el polo para estar más cómodo, pero faltan pocos minutos para que se acabe mi tiempo. La linda morenita se va, los gamers siguen eufóricos, un sexagenario a cada rato pide ayuda a la controladora de este Café Internet. Oigo las canciones de You tube. Respondo los saludos de mis amigos, y envío más saludos. Uso las felices caritas de los emoticones. Caritas amarillas que sacan sus lenguas rojas. J. Todo, a un click de distancia. (Por: Rogger, "El cazador")

7 de abril de 2009

¿Google y el calentamiento global?

Acabo de ingresar a la cabina pública de internet de la cuadra 18 de la avenida Arequipa. El local es un cuchitril. Las paredes, que alguna vez fueron blancas, lucen desgastadas. A la derecha e izquierda se alinean una sucesión de veinte cubículos de mediana altura. El hacinamiento de objetos y personas que allí cohabitan me sugieren que he sido depositado en el pabellón de un peligroso centro penal. Más aún, cuando se me ocurre que los habitantes de este lugar están atados a esas máquinas negras, a través del "inofensivo" mouse, sin posibilidad ni voluntad para escapar. Sé que en las siguientes horas yo también formaré parte de ese ejército de presos voluntarios. Estoy dispuesto a pagar el Nuevo Sol por cada hora de carcelería. No me importa. Soy una víctima “adquisitiva”, es decir, una víctima que quiere ser víctima.

El administrador está concentrado frente a una computadora, en la zona de ingreso de este local. Ahora levanta la cabeza, se ha dado cuenta de mi presencia. Sus ojos me sugieren la pantalla plana del monitor. “¿Tienes una máquina disponible?”, le pregunto. “Entra, nomás. La siete y la nueve están libres”, me responde cortante. Avanzo con lentitud. Escojo la nueve. Ahora estoy frente a mi cubil. Setenta por setenta centímetros, calculo. Perfecto para quedar inmovilizado. Me acomodo. Mis rodillas chocan contra los soportes de la mesita. Enciendo la computadora Olivetti. Casi inmediatamente escucho el clásico sonido de apertura del “Windows XP”. Cual estrellas del firmamento, ante mis ojos van apareciendo una sucesión de íconos. Acabo de ver el único que realmente me interesa, el de “Internet Explorer”. Me alegro. Ansioso tomo el “mouse”, y con el puntero le doy un “clic”. No puedo dejar de sentirme victorioso.

Ya estoy navegando. Pero, mi entusiasmo me dura muy poco. Le doy un "clic" al célebre buscador Google, y un aire de depresión me invade. Alex Wissner-Gross, investigador de la Universidad de Harvard, asegura que una búsqueda en este poderoso buscador produce siete gramos de CO2, esto es, dióxido de carbono. Dos búsquedas, dice, serían suficientes para hacer una taza de café. ¿Cómo ocurre esto? Lo explica así: las emisiones de las búsquedas de Google provienen de la electricidad utilizada por el computador y la energía que consumen los enormes bancos de datos que Google tiene alrededor del mundo. Ni por asomo tengo siquiera la sombra del genio de Einstein. Pero se me ocurre una ecuación que me deja haciendo círculos bobos con el mouse. Esta es: Dale “clic” a Google, busca indefinidamente todas cosas que tu curiosidad o estupidez maniaca te sugiera, el resultado es simple: Más contaminación y viva el calentamiento global.

4 de abril de 2009

LAS MUSAS QUE HABITAN EN EL VIEJO PARQUE (INDUSTRIAL)


Descendemos y empezamos la búsqueda de putas sin prisa. Entramos al tercer local y las chicas (estas son más carnosas, alegres y mejor vestidas) empiezan a joder tocándonos la ingle. “Las putas son ustedes”, les dice Iván asqueado: Nos reímos y dándonos de codos ocupamos la mesa menos mojada, primera fila antes del show. Vamos a mostrarle a nuestro invitado, Iván, lo que no encontrará en Vancouver: el sabor una buena chola.

Una chica, la más alta del grupo que se sentaba a la barra luego de vernos se nos acerca, una mano en la cintura y en la otra cogida del pico una botella de cerveza. Al llegar, agita la cadera golpeando a Iván como dándole la bienvenida.

­–¿Y cómo es amiga? –Le pregunta César yendo al grano, mostrándole las botellas que ya hemos pedido.

­–No, no, no. Yo no trabajo así. –Y se retira dejándonos con las ganas, para luego reaparecer en un momento de la manera más apropiada.

Anunciada justo a las 12 de la noche, en medio de alboroto, luces y música estridente. Escucha su nombre, no recordamos cual y termina su trago en la barra. Se baja de la silla desplegando una a una sus larguísimas piernas, y castigando el piso con sus tacos, moviendo como olas la escasa minifalda que le rodea el ombligo. Se detiene, se bambolea con la música, y suavemente estrangula con sus muslos el tubo que se alza en la pista de baile, el único falo al que le ha bailado, como nos comentaría Iván en la mañana. Ella sólo baila ahí y no en la cama.

Entonces desciende por bajos peldaños al compás de una música intensa, que nos da pie a inventar mil maneras de desnudarla ahí mismo frente a todos. Baja a nuestra mesa y se sienta en las rodillas de César, luego en las mías y se arrodilla ante Iván, le abre las piernas simulando una felatio. Iván acaricia con ternura esos risos largos casi rubios. Se le nota la expresión del escritor poseso, del hombre que ha recuperado la inspiración. Ella se incorpora, alborota sus cabellos con los dedos hasta tocar sus labios afilados, juega con sus pechos, y estira en la silla sus poderosas piernas hasta el imposible.

El autor de “En Búsqueda de Batanero” no necesita más, se sirve un vaso lleno y tira la espuma, hace una reverencia patética ante el público aburrido, coge a la chica por la cintura y se retira al bar con ella. Ha encontrado a su musa en el peor de los lugares, y necesita cogérsela para consumar tal vez un último acto de creación. (Por, Luis Ángel, "El soltero")

UNA MANZANA EN CIUDAD PERDIDA

De la historia de estas calles y de los vecinos que en ellas habitan, se sabe más por sano raje que por buena vecindad. Encerremos entre estos pasajes y calles sin nombre una manzana de cinco casas, para darnos una idea. Cinco casas, lotes vacíos, familias nucleares, extravagantes, otras ausentes, algunas corruptas.

Empecemos por casa, la casa de los locos. Los gritos que emergen de sus pasadizos son inexplicables para los nuevos vecinos, confundidos al pensar si son lamentos, alguna disputa familiar, gritos de cumbia o rock del más pesado. Eso sólo los domingos. Los demás días, todos salen temprano y evitan esperar la combi en el mismo paradero de la esquina, pero terminan comprando en la misma tienda de abarrotes “Torata”.

La casa del señor Pamo, según dicen, fue levantada con todo el dinero que robó como presidente de la urbanización. Algo que “los negros” niegan al cerrar su lujoso garaje donde duermen dos camionetas que sacan a relucir los fines de semana, cuando dejan a su docena de niños corretear y destrozar los vergeles que todos regamos en conjunto. El matrimonio Villafani, les hecha agua sin dudarlo, empezando aquellas broncas de barrio donde más de una vez se detuvo algún patrullero de la policía. La casa de esta familia tiene el orgullo de haber sido levantada literalmente con sus propias manos. El señor Villafani, como padre de familia riega las macetas por las mañanas apreciando los cuartos que el mismo ha diseñado y levantado mezclando empíricamente el cemento y la arena, sin tener estudios de ingeniería ni experiencia en la construcción. Es sorprende más aún si pese a todos los temblores que se han suscitado, no ha caído ni un muro sobre el naranjo de los Pamo, los más afectados con esa dudosa infraestructura.

La casa sin padres, la casa enrejada, la más triste de todas, color cemento y sin jardín, encierra tal vez un crimen, nadie quiere preguntar. Por las tardes vemos a cuatro niños, esperar la puesta de sol, cada uno con un perro flaco y sin raza, lo más curioso es que nadie juegue, sólo siguen la bajada del sol con ojos y brazos y dan de comer a sus perros. Sin embargo en las mañanas van todos al colegio, despacito y de la mano, pero a pie, tal vez no pueden pedir ni para el pasaje.

La casa que da a la nuestra es la más común: una esposa enfermera, padre taxista, dos niños preguntones. Una vez saludé a la señora, joven y guapa con su uniforme, y me gané un saludo hecho maldición y un claxon ensordecedor del esposo. Sus niños me recuerdan a mí y a mi hermano, dándonos empujones, jugando en el techo con el perro, el suyo es un bodoque inmenso y lanudo llamado “Willy”, nombre que a mi madre le da risa, y pena cuando lo terminan de bañar, y asco cuando entra a nuestra sala y se sacude.

Los siguientes son lotes vacíos, y tienen vista a la inmensa chacra que se expande al sur. Aquí, en invierno los niños que no tienen para ir a Internet vuelan cometas hechas de bolsas plásticas. En primavera sacan sus bolitas de una botella y escarban hoyos en la tierra, y no se cansan de decir “chotis” hasta la noche. Es cuando las sombras caen y la chacra es sólo un mar oscuro donde agonizan las lechuzas y se prenden las hogueras, que pueblan este descampado algunos “fumones”, chicos sanos si me engaño, a los que alguna vez regalé mis bolitas cuando comencé a crecer y las pistas de esta manzana y todas las manzanas, no estaban siquiera asfaltadas. (Por Luis Ángel, "El soltero")

31 de marzo de 2009

Mi barrio, mi manzana

Para cada hora, de cualquier día laborable, mi manzana, la calle donde vivo, tiene un maquillaje distinto. A las 6.00 a.m., se inunda con el delicioso aroma que viene con el panadero. Cuando escucho el timbre de la casa, me levanto en automático. Y arrastrando mis sandalias “Adidas”, cruzo la sala. Retiro la tranca de la chapa “Cantol”, y me asomo a la calle. Es cuando, con los primeros rayos del sol, una amplia cesta de mimbre, instalada sobre un triciclo envejecido, me anuncia que las “marraquetas”, calentitas, ya llegaron para el desayuno.

Mi manzana no siempre tiene buen humor. A partir de las 7.00 a.m., se agita con las bocinas chillonas de los buses de la movilidad escolar. “¡Pipí-pipí, pipí-pipí…!” todos los días suena insistente el claxon que Miluska y Mauricio, mis pequeños vástagos, reconocen asustados. Y en lugar de huir, salen a su encuentro tirando las mochilas.

Sobre las 8.00 a.m., varios taxis “Torval”, diseminados a un lado de la vía, revelan que mi manzana es, en realidad, un gran dormitorio. Después de acomodarme el terno azul y la corbata de rigor, salgo al volante de mi “Mitusubishi”. Mientras giro a la izquierda para tomar la pista en dirección al norte, nunca deja de sorprenderme la súbita aparición de Rocío.

Ella vive al frente. Apurada, con un raído sastre azul y con el pelo mojado, sale corriendo con una cartera negra y un enorme peine entre las manos. Sube al taxi que ya la aguarda con el motor encendido. Se instala en el asiento posterior. Y, mientras el vehículo acelera, despliega su larga cabellera y comienza a peinarse con insistencia.

Avanzo lentamente escuchando Radioprogramas. Aún no quiero entregarme a las veleidades inciertas del tráfico que me espera en la avenida Bolognesi. A esta hora no hay niños, no hay ancianos y, en general, no hay peatones en mi calle. Únicamente, autos y taxis me cruzan o adelantan: se llevan cautivos a los habitantes de esta comarca urbana. Más allá, en el parque, me topo con el “guachimán”. Me mira desde su cabina, donde está instalado. Le hago una señal con la mano derecha, al tiempo que golpeo el sensor de la bocina con la otra. Enfundado en un uniforme marrón, me corresponde con una sonrisa. Sigo adelante. El viento agita el ambiente. Y los frondosos Ficus, que se levantan a la vera del sardinel, parecen saludarme.

A partir de las 8.30 a.m., vencido el tráfico, entre las llamadas que van y vienen a través del teléfono “IP” o de mi celular “Motorola” de doble chip, sumido en medio de la papelería y mi despacho, mi hermosa manzana se convierte en un lánguido recuerdo para mí. (Por: Edilberto, "El cazado").

25 de marzo de 2009

Antes del examen...


El tiempo se pasa volando y el profesor no viene. La gran parte de estudiantes universitarios, sentados en su unipersonal carpeta, están tensos memorizando los textos de sus hojas blancas, blancas como las paredes del aula. Las carpetas, enfiladas como soldados antes de la gran prueba, son testigos del silencio reinante en la clase, donde no falta una mosca que persiste en incomodar a la juventud, divino tesoro. Algunos prefieren hacer anotaciones casi invisibles en la carpeta. Otros esconden bajo las carpetas o entre las piernas fotocopias reducidas de los temas que entran en prueba. De pronto, la puerta se abre con demoníaca brusquedad. ¡Shiinc.!

Todos, un nudo en la garganta y en la cabeza, voltean a ver a ese estricto ser que en un momento va a evaluar sus conocimientos aprendidos de paporreta -como buenos peruanos, a última hora. Y no, no es el profesor, solamente es un tardón que quiso fastidiar al tenso salón. Le arrojan papeles por la mala pasada. Eso no se hace al pueblo. Faltoso, Juan, le dicen. Él se sienta, mira su reloj, las manecillas parecen una tortura, falta un minuto para que el profesor de Lengua Española venga. Y entre tantas cabezas que hacen humo de tanto leer, inquietos ojos mirando el blanco pizarrón acrílico, Juan mira el rojo piso que lo desespera.

Suenan presurosos pasos en las gradas. Tac-tac-tac. En el salón, todos se ven las caras. No falta nadie. Sólo él. Él que de seguro sube con las pruebas en mano, con actitud de hierro, como las gradas. Y que de pronto, quitándose los anteojos, rondando entre las carpetas, como si calculara a sus víctimas, dirá, resuelvan el examen. (Por: Rogger "El cazador")

24 de marzo de 2009

Una piedra, un Inca.


Jadeante, Luis decide reposar al filo del angosto camino, en las alturas del pueblo de Pisac, Cusco. Sentado sobre un filón de piedra y venciendo el vértigo que sugiere el abrupto precipicio, contempla los milenarios andenes Incas que, en perfecta alineación, descienden hacia el valle. Al fondo, entre el verdor de la campiña, el imponente río Urubamba se desliza cual robusta boa monocromática. Y el reluciente Sol andino parece bañar el gélido horizonte. Extasiado, se entretiene con aquel paisaje. No obstante, percibe que una sombra con estampa de turista cruza tras de si. No le interesa.

Tras un relajante descanso, se incorpora. Decide proseguir hacia su destino final, el pequeño “Intihuatana”, reliquia arqueológica que yace en la cima de la montaña. Luego de cinco minutos de caminata cuesta arriba, se cruza con una mochila tirada sobre el polvoriento suelo. “Debe pertenecer a quien pasó tras de mí, mientras contemplaba el valle”, especula con inocencia. La recoge y continúa, sin sospechar que allí se esconde la misteriosa piedra tallada “Alma Inca”, la misma que portaba el arqueólogo Hiram Bingham, en 1912, antes de arribar con la expedición de la “National Geográfic” a la mítica ciudadela de “Machu Picchu”, en la espesura de la Selva peruana.

Luis no puede imaginar que, a partir de ahora, su destino ya no le pertenece. Tampoco, que esa piedra lo llevará al norte, a más de mil kilómetros de distancia, a las desérticas tierras del "Señor de Sipán". (Por: Edilberto, "El cazado").

17 de marzo de 2009

Los hijos del mar


Son hijos del mar. Viven de la pesca en San Trakos , una pequeña isla del caribe. Los 50 pobladores se conocen muy bien entre sí. Eso creían, hasta que una mañana, flotando como un tronco sobre las verdosas aguas del Pacífico, aparece el cuerpo de su patriarca muerto, Don Ignacio Velasa. Sospechan de cuatro extranjeros: Edilberto, Redy, Luis y Rogger, que naufragaron, sobrevivieron y llegaron tres días antes del asesinato.

Las tradiciones en San Trakos se conservan intactas desde hace 500 años. Sacrificios de animales, baños de sangre entre los varones aspirantes al rango de guerreros, y orgías interminables entre ellos mismos para mantener la pureza de su sangre. Nadie pensó que había más de un asesino en esta comunidad que está fuera de todos los mapas del mundo. Los cuatro extranjeros deberán resolver el problema: si fallan, mueren. (Por: Rogger "El cazador")

Susan...

Mi ex enamorada Susan es una chica que nació para devorar chocolates. Esos chocolates que son del mismo color de sus ojos. Que tanto yo le regalaba. Quizá por eso ella, siendo simpática, de castaños cabellos, delgada pero formada, con mirada risueña, sí, por los chocolates, se le cayó un diente. Menos mal, es uno que no se ve a simple vista. Y es mi culpa, aunque ella, siempre gentil y querendona, decía que siga llevándole esos regalitos que la hacían amarme más.

Es tan romántica cuando habla. Le gustan los poemas, y más aún si son dedicados para su ego, y más todavía si yo se los leía con mi voz más nerudiana. Adicta a correr todas las mañanas de los fines de semana para tonificar sus piernas, Susan seduce con la mirada a cuanto varón le parezca atractivo. Pero ponía mala cara cuando mis ojos exploraban curvas que no eran de su cuerpo.

Es un bombón cuando hace sus gestos de niña, de princesita sin cetro que espera un mimo de mis manos, de mi boca, o de mi voz. En donde esté, se hace querer por casi todos. Su mejor arma es la coquetería. Eso lo supe a su lado, cuando yo fui un esclavo de sus ojos celosos, infieles. (Por: Rogger, "El cazador")

16 de marzo de 2009

Mi jefecito.

Clarita, pásame con el señor Barrios, por favor. – Solicita mi jefe a la señora Clarita, su secretaria, desde el otro lado de la oficina. Su voz por la tarde aún es clara e impregnada de dureza, las dos últimas palabras fueron dadas sólo por mi presencia en el despacho. Da unos pasos firmes desde la ventana, acomoda su pequeño y ancho cuerpo a la silla que dejó girando y clava la mirada lacerante en el papel que espera sobre el escritorio. Aspira fuertemente por la ancha nariz y lo escruta línea por línea arqueando las cejas delgadas, mostrando los surcos de su frente donde nadie recuerda haber notado una sola gota de sudor, líneas como raíces, tal vez una por cada año que lleva sentado allí, al mando de la sede, escuchando lo mismo y repitiendo la misma prédica a su personal: “Las cosas siempre hay que hacerlas con amor”. “Con amor”, palabras que viniendo de un hombre que al coger un lapicero y rayonear con un pulso cruel palabras tan indescifrables como el rictus que presenta ahora, indescifrable por largos segundos, producen cierto escalofrío en los demás, sabiendo que puede venir un carajo o de pronto estallar en risa mostrando unos dientes blancos y bien encajados, que contrastan con esa piel que demuestra un pasado de viajes y trabajos de campo. Sin embargo exhala, se quita los lentes con ambos pulgares y se levanta cerrando despacio la puerta de vidrio templado. Su rostro pétreo sólo es el mensaje de una cosa. Se sienta, vuelve a coger con sus pequeñas manos, como un Rex, la hoja impresa y uno siente como de a pocos aligera su rostro con una inquietante carcajada, alguna futura broma que anunciará. Se arremanga la blanca camisa, se pasa una rápida mano por su peinado aplastado y entrecano, pero nunca se acomoda la corbata de nudo macizo (de Contador) que a esta hora todos hemos desaflojado con el dedo, como yo, que de nuevo le repito al jefe: “Doctor, no lo culpo, yo nunca he creído en el amor.” (Por: Luis Angel, "El soltero").

Felix lleva los pantalones hasta el ombligo.

Félix lleva los pantalones hasta el ombligo. Se sujetan a su cintura como si los años intentarán fallidamente desajustarlos. Sus zapatos mineros sólo evidencian el largo camino obrero en el que ha bregado. Ese mundo tan desigual entre el honor y la dignidad laboral.
Parco, con mala dicción, escribe tan bien que se cobra la revancha del lenguaje con sus dedos toscos y sus uñas largas. Su mirada siempre baja intenta enfocar exitosamente el ángulo correcto en sus anteojos bifocales que penden sobre su abultada nariz. Su pelo entrecano se pierde en la formalidad de su peinado. Siempre lleva la cerviz baja, buscando papeles en su escritorio o mirando al teclado mientras su imaginación se desborda. Su cuello se yergue con la fuerza de los que han aguantado el yugo laboral esperando un compañero que los defienda. Trabaja ciento seis horas a la semana con la firme consigna que sus compañeros sólo trabajen ocho horas diarias. Su compañerismo es tal que ha renunciado a sus derechos en la búsqueda de justicia. Alrededor buscan un orden predeterminado un fax, su impresora-scaner-fotocopiadora-posavasos, cientos de expedientes, una botella de gaseosa bien helada y una lupa profesional que intenta descubrir la verdad a sus ojos. (Por: Redy, "El Novio").

9 de marzo de 2009

Sigo pensando en ella...


“¿Buenos días, puedo pasar?”, me dice una acariciadora voz desde el dintel de la puerta de mi oficina. Levanto la mirada y veo a una dama imponente. Viste un impecable sastre negro, que oculta las cuidadas formas de su cuerpo. Me incorporo atento. Estiro la mano en señal de saludo y diciendo: “Buenos días. Adelante, por favor”. Resuelta, me corresponde. La invito a tomar asiento. Lo hace con un talante digno. Instalada frente a mi desordenado escritorio y a dos manos, se quita delicadamente los enormes lentes "Prada" que la ocultaban en el anonimato. La reconozco, ¡es doña Flor, mi gran jefa!

Tranquilamente, levanta el rostro. Y relucen ante mí sus enormes ojos pardos. Ellos no me miran, me hipnotizan. Su faz, blanca y delicada, resplandece en contraste con la vistosa blusa negra que destaca su personalidad madura. Su boca es pequeña. Y sus labios, carnosos y sensuales. Es bonita, más aún ahora que ensaya una sonrisa dulce y seductora. Los cabellos, negros y alisados, no caen más allá de sus hombros. Sendos aretes de perlas marmoleadas penden relucientes de sus delicadas orejas. Una fina cadena cartier yace sobre su escotado pecho, y se oculta en la comisura que forman sus ensoñadores senos.

Se arregla la cabellera con la mano derecha y calculado desdén. Y ahora se ve preciosa. Me doy cuenta que lleva en la muñeca una rígida pulsera de oro. Nada hace presagiar que bordea los cincuenta años de edad, salvo esas líneas dibujadas en el cuello que, tercas y cargosas, se resisten a desaparecer. (Por: Edilberto, el "cazado")

3 de marzo de 2009

EL ÓPTIMO DE BARETO


Luego de que el Axe hiciera prácticamente mierda a todos los hombres que no sabemos bailar, y que los ritmos árabes terminaran por fracturarnos la cadera, apareció el Reggaetón. Muchos suspiramos aliviados, quienes por años sufrimos esas insoportables coreografías con juegos de cabeza, manos y piernas, vimos en esta viva expresión latina, la salvación. Las chicas dejaron sus clases de portugués y los chicos se pusieron a hablar como puertorriqueños y a usar blink blink, y creíamos equivocadamente que el cambio fue para bien, sin embargo lo que siguió con el Reggaeton fue más brutal, más ligero y más desvergonzado, esta vez no había coreografías preestablecidas y sensuales, reinaba el desorden, el pandemónium en las discotecas, el famoso el sexo con ropa. Así, todos descubrimos un detalle que habíamos estado ignorando: “Ahora podíamos tocar”.

Aquí, ese fenómeno llegó primero como el “Perreo” y por el nombre algunos sabían que no se podía esperar nada bueno, posteriormente y ya resignados, supimos de la existencia del hijo bastardo de este género: El “Perreo Chacalonero”, un híbrido antinatura de creación netamente peruana, el cual no se bailaba aquí en provincias como en los conos limeños, pero de cuyas bondades, orgía y mucho sudor conocimos por cortesía del youtube. Ello sólo era un aviso, un afilado péndulo que oscilaba sobre nosotros todo este tiempo, al hacer algo tan inocente como prender una radio.

Luego de estas dos eras de música de afuera, ritmos contagiantes de acentos raros, llegó la Cumbia. No importa detallar y adentrarnos en la historia del cómo fue, si por la muerte de los chicos de Néctar, porque descubrieron que la música de Los Angeles de Charly no era tan mala o porque Estanis Mogollón no pudo callar más y gritó ¡Eureka! al terminar de escribir El Embrujo, o si siempre estuvo latente, gracias a Tongo, Las Bellas o los chicheritos.

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La playa estaba full aquel domingo. Al llegar presenciamos como cuatro rescates a niños traviesos y también a porfiados bañistas que no entendían eso de “¡No te metas al fondo!”, bueno, que ningún hombre entiende cuando se lo dicen. Caminamos por la playa buscando dónde demonios clavar la sombrilla, “cerca de flacas” es el único requisito, la playa puede estar llena de rocas afiladas, con olas come-borrachos, la bandera roja en lo alto, pero con flacas buenas, era la consigna.

El sol es abrazante al mediodía en la playa de Boca del Río y el bloqueador no sirve. Luego de terminarnos un extraño y preocupante cebiche de cinco soles, nos percatamos que la marea ha dejado varadas cerca a nosotros a algunas hembras marinas: Una mujer muy-muy, una tía foca, una gordita ballena, y un par de chicas malagua, tiradas de dorso sobre su toallas bajo una inmensa sombrilla. Al parecer es lo mejor que hay alrededor, entonces pienso que mi ceviche pudo haber estado hecho con esos especímenes. Pero creemos reconocer entre ellas una cola de sirena que se mueve, ah no, es sólo un bacalao más, nos tomamos un par de chelas en lata para ver “si pasa”… no, un bacalao ciertamente. Resignados entramos al agua, a pelearnos con las olas e intentar “tirar las redes”, como unos viejos lobos de mar.

Ya cuando las olas han crecido con la tarde y amenazan llegar hacia las carpas, decidimos guardar todo e ir a las duchas y aprovisionarnos de unas chelas a la espera del concierto. Bareto se presenta en el gran estelar.

Empiezan los desconocidos de Zolaz, quienes con su enfermiza y enloquecida propuesta de cantar cumbia versión rock y en inglés, hicieron el papelón de su vida al aventurarse a interpretar la intitulada Persiana Peruana y meter la pata con un “…a través de mi persiana chilena!”. También cerca del mar, el pez por la boca muere. Las pifias fueron tremendas por el error, los turistas chilenos aplaudían complacidos. Trataron de disculparse alegando haber estado en el vecino país hace unas horas, pero los insultos continuaron. Sin embargo estos fornidos chicos de Maimi se volvieron a meter al bolsillo a su público con su más “logrado” tema: The Spell (El Embrujo), es como escuchar La Pituca en italiano, insufrible. Unos verdaderos desubicados.

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Ya sea norteña o del oriente, la Cumbia agradó de golpe. Los pasos, tal como salieran, y si tenías un vaso en la mano, mejor. Las letras llenas de dolor y coros saturados de despecho eran un elixir para ser vivido toda una noche sin descanso. Se llenaban locales enteros y aparecieron los primeros figuretis de la cumbia. Todos se pasaron de un grupo a otro, un aparente monopolio surgía de mano del clan de los Yaipén, y se puso a Monsefú en el mapa.

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El Grupo Tremolo hace lo suyo, nada nuevo. Quedando claro que el vocalista conserva la voz de antes, su voz de MTV, y que no eran ciertas las afirmaciones de que se la había arruinando dejándose a los vicios y al trago durante las giras.

Luego un grupo sin importancia (Arequipeños…), después una pasarella con un grupo de chiquillas que hicieron un calendario. Cuya maestra de modelaje está mejor conservada y más buena que todas juntas, una tía que a punta de ejercicios ha hecho que su cuerpo (de unos treinta) viole las crueles leyes de la gravedad, la misma tía que me presentara alguna vez un amigo blogger que escribe “de todo y también de nada”. Ya el último rayo naranja del sol se ha hundido y se encienden todas las luces del escenario.

Del esperado Bikini Contest sólo diré que la fanaticada aplaudió no tanto la entrada, sino más bien la salida y meneo de las modelos. Delly Madrid de infarto, Fiorella Flores toda una loba, bellezas de verdad. Y los tacneños obtuvimos respuesta a la gran interrogante de ¿Qué demonios le vio el Zorro Meier a Marisol Aguirre? Aparte de su capacidad actoral, pues mucho la verdad, ¡Qué tal talento!

Finalmente, luego de unas interminables pruebas de sonido y siendo las 8:30pm, Bareto entra al escenario. Tenemos las piernas hechas polvo o arena mejor dicho. La cola para la chela es larguísima, y las propiedades diuréticas de los vasos anteriores amenazan con mandar a medio público al mar. Sin embargo, cautivados por su juventud, energía, y derroche de animación, quedamos a la espera de su tema símbolo: “Se ha muerto mi abuelo”, original del grupo selvático Juaneko y su Combo. Luego de interpretar el considerado por muchos como el nuevo Himno Nacional, el tema “Soy Provinciano” de Chacalón, la gente enloquece, los vasos se agitan entre el delirio y el trago se derrama en la arena.


Pero hay algo que la mayoría desconoce, más de la mitad de canciones de Bareto son sólo instrumentales, el público no lo entiende, reclama y se harta cuando Bareto desentierra otros temas cumbieros desconcidos, y nos quedamos estúpidamente moviéndonos con el cuello estirado. Todos piden su canción emblema “Se ha muerto mi abuelo”, los más ebrios protestan, otros optan por irse, ya son más de las 10pm. “¡Canten la única que tienen, ya es tarde!” gritan los más desaforados detrás de la valla metálica que los separa de la zona vip.

El tema de la Ayahuasca, la Fiesta de San Juan, Caballo Viejo, un Shipibo en España, Llorando se Fue, la Danza de Los Mirlos… “¡Maldita sea!” La gente desespera, sólo quieren escuchar una canción, que ni siquiera es de ellos, que es sólo la copia más tonera de un éxito de antaño.

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Y se le llamó “Cumbia Peruana”, pero sólo era una burda copia. Todo “remake” es malo. Eso de estar comprando canciones de los mexicanos o reviviendo a los románticos y sus baladas, no es hacer música, no es creación. Y yo no toco ni la guitarra. Eso de tocar los mismos temas en otros idiomas, es sólo tedio, es sólo monotonía rítmica, es falta de ingenio, de poco descubrimiento artístico. Y lo dice un monóglota rendido. Eso que los de antes, los chicheros, tecnocumbieros, viejos salseros, baladistas, criollos, ahora se dediquen a la cumbia, es un arribismo infame, no una exploración musical. Eso que las vedettes cambiaron a los futbolistas por acostarse con los cumbieros, es nota antigua, los titulares se llenan, es figuretismo. Cantarle a un par de siliconas y una tanga no es arte. Eso de cantar “Canalla”, “Ojalá que te mueras”, “Te eché al olvido”, “Anda vete al Carajo”, “Basura”, “Lárgate”, etc. No es música para bailar en pareja. Ese argumento de que ahora la juventud los conoce, que han acercado sus temas a las demás clases sociales, es un tema más bien marketero, de dinero, de bussiness.

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En todo esto pensaba yo a la mitad del concierto del grupo Bareto rezando porque acabara de una vez, siendo consciente que solamente estaba ahí por una canción que no guardaba respeto por los abuelos que morían de cirrosis. Por Bareto, quienes una vez más apostaban por eso, resucitar, darle nuevos bríos a la cumbia. Pero ya no como música sólo de los populosos cerros, de “la cholada”, sino como la música fresca que pudiera bailarse en alguna playa, con un vaso de chela en una mano y cogiendo por la cintura a tu chica con la otra.

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Dejen en paz a los fans de los Angeles de Charly y al grupo Pesado, no hagan que Chacalón remesa los cerros de nuevo, dejen a Chapulín el Dulce durmiendo a la sombra de su fiel Aguajal, dejen sólo volar en el recuerdo a Los Mirlos, no permitamos que Mogollón terminé componiendo desesperadamente como Tongo, ni que la inspiración le venga por obligación. Démosle a todos un merecido descanso.

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Y el abuelo se terminó por morir y el Playazo también. Al final no ligué con nadie, me limité a ver a las sirenas inalcanzables subidas en autos de carreara a full volumen, o camionetas llenas de trago. Tal vez por mi timidez de ostra marina o mi aspecto de erizo de mar. Ya muertos nos embarcamos en el bus. Me dice mi compañero que Bareto se despidió tocando Mujer Hilandera. No sé, ni atención le puse. Mi mente se nubló, como por esa espuma que las olas arrojan a los bañistas y se aglomeran en las rocas. Se nubló como cuando suelo pensar en Cumbia. Cuando sabemos que algunos tienen que desaparecer, ser un recuerdo más, pertenecer a nuestros años de nostalgia, para que otros puedan beneficiarse y ser un éxito, aunque sólo sea con una canción.

“Óptimo de Pareto:
Una situación será óptima si no es posible mejorar la situación
de alguien sin empeorar necesariamente la situación de otro.”

Luego de un reinado de casi tres años, demos por fin, una muerte digna a la cumbia peruana.

Tacna, 02 de marzo de 2009.


(Por: Luis Angel, el soltero)




26 de febrero de 2009

Reddy Lázaro: Un pequeño desenrredo

Reddy Damphier Lázaro Vega, nació en el segundo piso del Hospital “Hipólito Unanue” en Tacna, en el quinto mes del quinto y último año del gobierno acciopopulista de Fernando Belaúnde.

En el año 1987, en pleno trance inflacionario y gesta terrorista, el cuerpo del pequeño Reddy insurgentemente hizo una crisis asmática. Esta enfermedad le acompañaría durante sus tres primeros quinquenios y sería el gran demonio de su vida. Podría decirse que Reddy nació y que casi vivió en el Hospital Hipólito Unanue por causa de este primer gran reto, que jamás le abandonaría. De allí que en pleno quinto de secundaria haya pensado en estudiar medicina humana, por su habitualidad y costumbre con la profesión médica.

Su padre, un sindicalista clasista de Banco; su madre, una secretaria taquigrafista eficiente del sector estatal que tenía las más largas y bellas uñas de la oficina. Ambos derrocharían sus ingresos para encontrar una cura para el mal que aquejaba a su pequeño. De una niñez madura, sus abuelos maternos prontamente, a la edad de tres años, lo bautizaron como el “Veco” en alusión a Emilio Laferranderi, célebre comentarista deportivo y estrella de la televisión de los ochenta.

Su modo maduro y avejentado de expresarse desde muy niño le valió aquel calificativo. De este apodo hay dos cosas que se entrelazan sin sentido, la primera, que a Reddy Lázaro no le gustan los deportes. La segunda, que la televisión sería el primer amigo formal e incondicional con quien crecería el pequeño “Veco”.

Reddy fue el típico niño antisocial y sobreadaptado que no encajaba en el colegio. No practicaba deporte alguno. Y el cuidado exagerado de su madre le restaba salidas y experiencias callejeras.

Reemplazó a sus amigos escolares por lo libros. Su padre, Redy (con una d), influiría bastante en el vago oficio de la lectura. Charllie Brown y los hermanos Grimm fueron sus primeros contactos con la literatura, aunque la ficción y fantasía los recibiría precozmente de su abuela materna Lola, quien lo imbuiría en el mundo mágico de Sama, tierra olvidada, donde brujos y anti-brujos se enredaban en historias de hechicería y de grata imaginación. De esto diría luego: “Cuando leí Cien años de Soledad, imagine que Macondo ira igual que la Sama de mi abuela”.

Siempre supo que su carácter maduro y reflexivo le hacía diferente al resto de sus compañeros. En el colegio, conoció a sus primeros guías literarios y espirituales. Conoció la política y, además, la desilusión de saber que poca es la gente dispuesta a cambiar. Viajó a Lima con el fin de formar su vocación académica e ingresar a San Marcos. Luego de un año, había ingresado muchas veces a la Universidad Mayor de América. Pero, a conversar con los docentes de Literatura. Formó otra vocación que no era el Derecho.

De vuelta a Tacna, ingresó a la Universidad Nacional Jorge Basadre Grohomann. Sus expectativas nunca fueron copadas hasta que su padrino espiritual lo cobijo en la que hoy es su oficina. Participó liderando activamente la resistencia contra “patria roja” y sus vetustos jefes. Aún es recordado por haberle iniciado más de un proceso de garantía constitucional a la Universidad en defensa del estudiantado. “La Universidad me formó el carácter combativo, me hizo sentir como un abogado de verdad, aprendí litigando contra ellos.”

Su círculo actual son personas ligadas al mundo del Derecho. Como bien dijo alguien de su grupo: “Tengo más libros de literatura que de Derecho.” Definición exacta en la que se desarrolla esta etapa de su vida. Siempre soñó con un ser un premio nobel, aunque ha abandonado a todos los escritores que le rodearon en el colegio y en la universidad-colegio, y emprendió el viaje con el mundo crónico y anacrónico (Reddy: el novio)

30 de enero de 2009

Un semestre con el profesor Cabrera

Abro mi correo-e de gmail y me sorprende el mensaje colectivo de Carlos, mi alumno de la Escuela de Ciencias de la Comunicación. Al igual que sus compañeros del Quinto Año, es un cuasi-periodista. Y con los últimos estertores de estudiante, pasea su cuerpo por los pasillos de la Facultad. Su rostro me recuerda al “Comegato”, amigo de Condorito, el célebre comic chileno.

El título de su correo-e dice: "Un día con Edilberto Cabrera". ¡Vaya sorpresa!

Mientras devoro el e-mail de Carlos, me rasco la cabeza sobre una zona que no me pica ni molesta. Termino. Quedo inmóvil, sintiendo en las yemas de mis índices los guioncillos que se elevan sobre las letras "efe" y "jota" del teclado.

"Estas pensando en el sonso-vacio, papá", me diría Mauricio. Pero no. Estoy más atento que nunca. Distraído no es equivalente a tener la mente en blanco. Distraído es prestar atención a un hecho más importante de todo cuanto —en ese preciso instante— ocurre en el mundo. Yo estoy pensando en las cosas que, cual mosquitos de pantano, deben estar revoloteando en la cabeza de Carlos. Pienso en él, y me reconozco. Me veo cuando estudiante, en las aulas de la Universidad San Agustín de Arequipa.

En aquellos días, las lecciones de mi maestro Sergio Nieves Núñez (que en paz descanse), ilustre Decano y brillante Abogado penalista, me dejaban haciendo surfing sobre las olas de mis curiosidades.

Al término de sus clases, me abrumaba una ansiedad que sólo se extinguía cuando, jadeante, llegaba a la Biblioteca Central, en el primer nivel del museo de la UNSA. Allí, entre páginas amarillentas y empastes de cuero, buceaba tras las huellas de la teoría de los "fractales" y el "chiche peludo"; de "Schopenhauer" y los escritores "malditos"; de la "teoría de la causalidad" y la "indeterminación"; temas que, fuera del silabo, mi maestro deslizaba subrepticiamente con devoción de seminarista franciscano.

Sí. Él era un gran penalista y yo un mozuelo veinteañero, que soñaba ser (algún día) un eficiente civilista y (¿cómo no?) un escribidor de ficciones. Sin embargo, aun cuando la sumilla de su curso estaba lejos de aquellos temas, mi recordado "sensei" Sergio Nieves alimentaba todo eso. Y sólo de cuando en cuando, me hablaba de Derecho Penal.

¡Cuánto aprendí de él! Me dio todo lo que un discípulo puede esperar de su maestro: motivación, datos certeros, pistas y retos. El especialista en Derecho Penal sentó los cimientos de mi vocación por el Derecho Civil, pero sobre todo ordenó mis preferencias literarias. ¡Qué irónicos son los caminos de la Universidad!

Algo de todo eso creo que está viviendo Carlos. Aunque, claro, estoy lejos de ser su maestro. Soy, tal vez, un profesor. Un profe, simplemente. Pero, un profe urticante, un profe ambiguo, que enseña y oculta, un profe que se divierte huyendo del silabo, un profe que goza sembrando dudas y picando la modorra académica de los estudiantes.

Sí, algo de todo eso creo que soy. Me reconozco como alguien que, en la Escuela de Derecho, empieza hablando del "Acto Jurídico", y termina preguntando a los muchachos: ¿Cuántas veces al día piensan en el "Acto Sexual"?, mientras las alumnas arquean las cejas y los varones, cínicos, sólo atinan a bajar las miradas.

Soy alguien que, en la Escuela de Ciencias de la Comunicación, dice que la "Costumbre" es la repetición crónica de ciertos hechos con vocación de obligatoriedad, y concluye diciendo que la "Crónica" es (Juan Villoro, dixit) el "Ornitorrinco de la prosa", pues, de la novela tiene la condición subjetiva y la capacidad narrar desde el mundo de los personajes; del reportaje, el dato exacto; del cuento, la necesidad de contar una historia en un espacio corto; de la entrevista, los diálogos; del teatro moderno, la forma de montarlos; del ensayo, la posibilidad de argumentar; de la autobiografía, el tono memorioso y el relato en primera persona, y un largo e-te-ce.

Creo que ese entuerto, que a veces me arrastra y que, muy fresco, pretendo llamar "clases", cautiva a Carlos. Pero tanto él como sus compañeros se dan cuenta: Este profe no tiene nada de Abogado, piensan. No los culpo.

No tengo nada de Abogado. No, por lo menos, cuando viniendo de la "Laguna del Derecho", me detengo irreverente ante la "Fosa de las comunicaciones". Y pregunto punzante a los chicos:

—¿Conocen a Jonh Lee Anderson? ¿Conocen a Riszard Kapuscinski? ¿Conocen a Gay Talese, verdad?

Y frente al silencio que cae pesadamente sobre el salón, agrego entre sarcástico y apenado:

—¿No? ¿Nada? ¿Ustedes, hombres de las comunicaciones? ¿Y de los contemporáneos qué saben? ¿De Juan Pablo Meneses...? ¿De los peruanos...? ¿De Julio Villanueva Chang, Daniel Titinger, Juan Manuel Robles, Marco Avilés, Gabriela Wiener? ¿Nada, nada de nada...?

No los culpo. Al final de cuentas, todos tenemos derecho a no saber. Pero hay algo que Carlos y sus compañeros no sospechan, especialmente cuando esos silencios se apoderan del salón: ¡Les tengo envidia¡

Sí. Les tengo una feroz envidia por las horas que disfrutarán leyendo y aprendiendo de las crónicas de guerra Jonh Lee Anderson ("La Caida de Bagdad"), las crónicas tercermundistas de Kapuscinski (en Africa y Europa del Este), los arrobadores perfiles de Gay Talese ("Frank Sinatra está resfriado", "Hugh Hefner: Un play boy enamorado"). Les envidio porque no han vivido la angustia que se apoderó de mí cuando cerré la última página de SEXOGRAFIAS de la "Gonzo" Gabriela Wiener, o DIA DE VISITA del "educado" Marco Aviles, o LA VIDA DE UNA VACA del "ecologista" Juan Pablo Meneses, o LIMA FREAK del "detallista" Juan Manuel Robles, o GRANDES SOBRAS del "provocador" Beto Ortiz.

Si. Les envidio casi hasta el paroxismo, muchachos. Gocé leyendo aquellos relatos de no-ficción. Inclusive, más que, cuando adolescente, cayeron en mis manos las obras ficcionarias de los Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo, Honore de Balzac, Dostoiesvki, entre otros. Les envidio, muchachos, porque sentirán aquellas maravillosas emociones. Pero, sobre todo, porque esas vivencias nunca jamás se repetirán en mí. (Edilberto Cabrera: El cazado).