16 de marzo de 2009

Mi jefecito.

Clarita, pásame con el señor Barrios, por favor. – Solicita mi jefe a la señora Clarita, su secretaria, desde el otro lado de la oficina. Su voz por la tarde aún es clara e impregnada de dureza, las dos últimas palabras fueron dadas sólo por mi presencia en el despacho. Da unos pasos firmes desde la ventana, acomoda su pequeño y ancho cuerpo a la silla que dejó girando y clava la mirada lacerante en el papel que espera sobre el escritorio. Aspira fuertemente por la ancha nariz y lo escruta línea por línea arqueando las cejas delgadas, mostrando los surcos de su frente donde nadie recuerda haber notado una sola gota de sudor, líneas como raíces, tal vez una por cada año que lleva sentado allí, al mando de la sede, escuchando lo mismo y repitiendo la misma prédica a su personal: “Las cosas siempre hay que hacerlas con amor”. “Con amor”, palabras que viniendo de un hombre que al coger un lapicero y rayonear con un pulso cruel palabras tan indescifrables como el rictus que presenta ahora, indescifrable por largos segundos, producen cierto escalofrío en los demás, sabiendo que puede venir un carajo o de pronto estallar en risa mostrando unos dientes blancos y bien encajados, que contrastan con esa piel que demuestra un pasado de viajes y trabajos de campo. Sin embargo exhala, se quita los lentes con ambos pulgares y se levanta cerrando despacio la puerta de vidrio templado. Su rostro pétreo sólo es el mensaje de una cosa. Se sienta, vuelve a coger con sus pequeñas manos, como un Rex, la hoja impresa y uno siente como de a pocos aligera su rostro con una inquietante carcajada, alguna futura broma que anunciará. Se arremanga la blanca camisa, se pasa una rápida mano por su peinado aplastado y entrecano, pero nunca se acomoda la corbata de nudo macizo (de Contador) que a esta hora todos hemos desaflojado con el dedo, como yo, que de nuevo le repito al jefe: “Doctor, no lo culpo, yo nunca he creído en el amor.” (Por: Luis Angel, "El soltero").

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