31 de marzo de 2009

Mi barrio, mi manzana

Para cada hora, de cualquier día laborable, mi manzana, la calle donde vivo, tiene un maquillaje distinto. A las 6.00 a.m., se inunda con el delicioso aroma que viene con el panadero. Cuando escucho el timbre de la casa, me levanto en automático. Y arrastrando mis sandalias “Adidas”, cruzo la sala. Retiro la tranca de la chapa “Cantol”, y me asomo a la calle. Es cuando, con los primeros rayos del sol, una amplia cesta de mimbre, instalada sobre un triciclo envejecido, me anuncia que las “marraquetas”, calentitas, ya llegaron para el desayuno.

Mi manzana no siempre tiene buen humor. A partir de las 7.00 a.m., se agita con las bocinas chillonas de los buses de la movilidad escolar. “¡Pipí-pipí, pipí-pipí…!” todos los días suena insistente el claxon que Miluska y Mauricio, mis pequeños vástagos, reconocen asustados. Y en lugar de huir, salen a su encuentro tirando las mochilas.

Sobre las 8.00 a.m., varios taxis “Torval”, diseminados a un lado de la vía, revelan que mi manzana es, en realidad, un gran dormitorio. Después de acomodarme el terno azul y la corbata de rigor, salgo al volante de mi “Mitusubishi”. Mientras giro a la izquierda para tomar la pista en dirección al norte, nunca deja de sorprenderme la súbita aparición de Rocío.

Ella vive al frente. Apurada, con un raído sastre azul y con el pelo mojado, sale corriendo con una cartera negra y un enorme peine entre las manos. Sube al taxi que ya la aguarda con el motor encendido. Se instala en el asiento posterior. Y, mientras el vehículo acelera, despliega su larga cabellera y comienza a peinarse con insistencia.

Avanzo lentamente escuchando Radioprogramas. Aún no quiero entregarme a las veleidades inciertas del tráfico que me espera en la avenida Bolognesi. A esta hora no hay niños, no hay ancianos y, en general, no hay peatones en mi calle. Únicamente, autos y taxis me cruzan o adelantan: se llevan cautivos a los habitantes de esta comarca urbana. Más allá, en el parque, me topo con el “guachimán”. Me mira desde su cabina, donde está instalado. Le hago una señal con la mano derecha, al tiempo que golpeo el sensor de la bocina con la otra. Enfundado en un uniforme marrón, me corresponde con una sonrisa. Sigo adelante. El viento agita el ambiente. Y los frondosos Ficus, que se levantan a la vera del sardinel, parecen saludarme.

A partir de las 8.30 a.m., vencido el tráfico, entre las llamadas que van y vienen a través del teléfono “IP” o de mi celular “Motorola” de doble chip, sumido en medio de la papelería y mi despacho, mi hermosa manzana se convierte en un lánguido recuerdo para mí. (Por: Edilberto, "El cazado").

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