4 de abril de 2009

UNA MANZANA EN CIUDAD PERDIDA

De la historia de estas calles y de los vecinos que en ellas habitan, se sabe más por sano raje que por buena vecindad. Encerremos entre estos pasajes y calles sin nombre una manzana de cinco casas, para darnos una idea. Cinco casas, lotes vacíos, familias nucleares, extravagantes, otras ausentes, algunas corruptas.

Empecemos por casa, la casa de los locos. Los gritos que emergen de sus pasadizos son inexplicables para los nuevos vecinos, confundidos al pensar si son lamentos, alguna disputa familiar, gritos de cumbia o rock del más pesado. Eso sólo los domingos. Los demás días, todos salen temprano y evitan esperar la combi en el mismo paradero de la esquina, pero terminan comprando en la misma tienda de abarrotes “Torata”.

La casa del señor Pamo, según dicen, fue levantada con todo el dinero que robó como presidente de la urbanización. Algo que “los negros” niegan al cerrar su lujoso garaje donde duermen dos camionetas que sacan a relucir los fines de semana, cuando dejan a su docena de niños corretear y destrozar los vergeles que todos regamos en conjunto. El matrimonio Villafani, les hecha agua sin dudarlo, empezando aquellas broncas de barrio donde más de una vez se detuvo algún patrullero de la policía. La casa de esta familia tiene el orgullo de haber sido levantada literalmente con sus propias manos. El señor Villafani, como padre de familia riega las macetas por las mañanas apreciando los cuartos que el mismo ha diseñado y levantado mezclando empíricamente el cemento y la arena, sin tener estudios de ingeniería ni experiencia en la construcción. Es sorprende más aún si pese a todos los temblores que se han suscitado, no ha caído ni un muro sobre el naranjo de los Pamo, los más afectados con esa dudosa infraestructura.

La casa sin padres, la casa enrejada, la más triste de todas, color cemento y sin jardín, encierra tal vez un crimen, nadie quiere preguntar. Por las tardes vemos a cuatro niños, esperar la puesta de sol, cada uno con un perro flaco y sin raza, lo más curioso es que nadie juegue, sólo siguen la bajada del sol con ojos y brazos y dan de comer a sus perros. Sin embargo en las mañanas van todos al colegio, despacito y de la mano, pero a pie, tal vez no pueden pedir ni para el pasaje.

La casa que da a la nuestra es la más común: una esposa enfermera, padre taxista, dos niños preguntones. Una vez saludé a la señora, joven y guapa con su uniforme, y me gané un saludo hecho maldición y un claxon ensordecedor del esposo. Sus niños me recuerdan a mí y a mi hermano, dándonos empujones, jugando en el techo con el perro, el suyo es un bodoque inmenso y lanudo llamado “Willy”, nombre que a mi madre le da risa, y pena cuando lo terminan de bañar, y asco cuando entra a nuestra sala y se sacude.

Los siguientes son lotes vacíos, y tienen vista a la inmensa chacra que se expande al sur. Aquí, en invierno los niños que no tienen para ir a Internet vuelan cometas hechas de bolsas plásticas. En primavera sacan sus bolitas de una botella y escarban hoyos en la tierra, y no se cansan de decir “chotis” hasta la noche. Es cuando las sombras caen y la chacra es sólo un mar oscuro donde agonizan las lechuzas y se prenden las hogueras, que pueblan este descampado algunos “fumones”, chicos sanos si me engaño, a los que alguna vez regalé mis bolitas cuando comencé a crecer y las pistas de esta manzana y todas las manzanas, no estaban siquiera asfaltadas. (Por Luis Ángel, "El soltero")

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