4 de abril de 2009

LAS MUSAS QUE HABITAN EN EL VIEJO PARQUE (INDUSTRIAL)


Descendemos y empezamos la búsqueda de putas sin prisa. Entramos al tercer local y las chicas (estas son más carnosas, alegres y mejor vestidas) empiezan a joder tocándonos la ingle. “Las putas son ustedes”, les dice Iván asqueado: Nos reímos y dándonos de codos ocupamos la mesa menos mojada, primera fila antes del show. Vamos a mostrarle a nuestro invitado, Iván, lo que no encontrará en Vancouver: el sabor una buena chola.

Una chica, la más alta del grupo que se sentaba a la barra luego de vernos se nos acerca, una mano en la cintura y en la otra cogida del pico una botella de cerveza. Al llegar, agita la cadera golpeando a Iván como dándole la bienvenida.

­–¿Y cómo es amiga? –Le pregunta César yendo al grano, mostrándole las botellas que ya hemos pedido.

­–No, no, no. Yo no trabajo así. –Y se retira dejándonos con las ganas, para luego reaparecer en un momento de la manera más apropiada.

Anunciada justo a las 12 de la noche, en medio de alboroto, luces y música estridente. Escucha su nombre, no recordamos cual y termina su trago en la barra. Se baja de la silla desplegando una a una sus larguísimas piernas, y castigando el piso con sus tacos, moviendo como olas la escasa minifalda que le rodea el ombligo. Se detiene, se bambolea con la música, y suavemente estrangula con sus muslos el tubo que se alza en la pista de baile, el único falo al que le ha bailado, como nos comentaría Iván en la mañana. Ella sólo baila ahí y no en la cama.

Entonces desciende por bajos peldaños al compás de una música intensa, que nos da pie a inventar mil maneras de desnudarla ahí mismo frente a todos. Baja a nuestra mesa y se sienta en las rodillas de César, luego en las mías y se arrodilla ante Iván, le abre las piernas simulando una felatio. Iván acaricia con ternura esos risos largos casi rubios. Se le nota la expresión del escritor poseso, del hombre que ha recuperado la inspiración. Ella se incorpora, alborota sus cabellos con los dedos hasta tocar sus labios afilados, juega con sus pechos, y estira en la silla sus poderosas piernas hasta el imposible.

El autor de “En Búsqueda de Batanero” no necesita más, se sirve un vaso lleno y tira la espuma, hace una reverencia patética ante el público aburrido, coge a la chica por la cintura y se retira al bar con ella. Ha encontrado a su musa en el peor de los lugares, y necesita cogérsela para consumar tal vez un último acto de creación. (Por, Luis Ángel, "El soltero")

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