25 de marzo de 2009

Antes del examen...


El tiempo se pasa volando y el profesor no viene. La gran parte de estudiantes universitarios, sentados en su unipersonal carpeta, están tensos memorizando los textos de sus hojas blancas, blancas como las paredes del aula. Las carpetas, enfiladas como soldados antes de la gran prueba, son testigos del silencio reinante en la clase, donde no falta una mosca que persiste en incomodar a la juventud, divino tesoro. Algunos prefieren hacer anotaciones casi invisibles en la carpeta. Otros esconden bajo las carpetas o entre las piernas fotocopias reducidas de los temas que entran en prueba. De pronto, la puerta se abre con demoníaca brusquedad. ¡Shiinc.!

Todos, un nudo en la garganta y en la cabeza, voltean a ver a ese estricto ser que en un momento va a evaluar sus conocimientos aprendidos de paporreta -como buenos peruanos, a última hora. Y no, no es el profesor, solamente es un tardón que quiso fastidiar al tenso salón. Le arrojan papeles por la mala pasada. Eso no se hace al pueblo. Faltoso, Juan, le dicen. Él se sienta, mira su reloj, las manecillas parecen una tortura, falta un minuto para que el profesor de Lengua Española venga. Y entre tantas cabezas que hacen humo de tanto leer, inquietos ojos mirando el blanco pizarrón acrílico, Juan mira el rojo piso que lo desespera.

Suenan presurosos pasos en las gradas. Tac-tac-tac. En el salón, todos se ven las caras. No falta nadie. Sólo él. Él que de seguro sube con las pruebas en mano, con actitud de hierro, como las gradas. Y que de pronto, quitándose los anteojos, rondando entre las carpetas, como si calculara a sus víctimas, dirá, resuelvan el examen. (Por: Rogger "El cazador")

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